Comentario
A comienzos del siglo XVII, Portugal aún conservaba intacto su imperio colonial afro-asiático, pero ya era evidente el retroceso que lo reduciría a proporciones mínimas en beneficio de otras potencias europeas. Podemos englobar las explicaciones de esta decadencia en dos grupos: por un lado, las que se remiten a causas externas; por otro, las concernientes a las debilidades internas.
En cuanto al primer punto, las pretensiones portuguesas de controlar los intercambios europeos con el Indico tenían que ser rechazadas por aquellos que deseaban ampliar el ámbito de sus operaciones mercantiles. Pero sin duda, como bien sabían los portugueses del momento, la unión de las Coronas ibéricas en 1580 originó el ataque masivo a las colonias portuguesas, sobre todo de los holandeses, en rebelión contra la Monarquía española desde 1568 y afectados por el cierre en 1594 del puerto de Lisboa a sus barcos. La localización costera y dispersa de estas colonias las hacía más vulnerables a los ataques marítimos que los compactos virreinatos españoles, cuya conquista era impensable.
Sin dejar de ser cierto todo lo anterior, también hay que tener en cuenta el descenso de los intercambios con Europa ya desde mediados del siglo XVI y su caída abrupta desde 1600. A pesar de que hasta fines de siglo los portugueses continuaron dirigiendo un floreciente tráfico asiático, extendido hasta el Lejano Oriente, los beneficios se reducían cada vez más a los portugueses asentados en Asia. Además, según M. N. Pearson, la naturaleza del Imperio portugués como una red de relaciones marítimas lo hacía depender del mantenimiento de las comunicaciones. En el momento en que comenzaron a intervenir en el comercio índico ingleses y holandeses, la posición portuguesa se deterioró rápidamente. El descenso de los beneficios motivó el menoscabo de la defensa militar ante unos oponentes mucho mejor armados y más numerosos. Así, las derrotas militares y las pérdidas territoriales no fueron más que el corolario de la decadencia económica.
A esto se añadía el enfrentamiento continuo con los mahratas de la India occidental y los árabes de Omán. Estos últimos consiguieron, a mediados de siglo, constituir una poderosa marina, formada por barcos construidos a semejanza de los portugueses y capaz de enfrentarse con éxito a los portugueses, a los que arrebataron en 1650 Mascate y atacaron continuamente, tanto en la costa malabar como en la costa oriental africana. Esta situación mantuvo, como señala Boxer, un ambiente fronterizo de lucha perpetua hasta fines del siglo XVIII, que desanimó la emigración de mujeres portuguesas, con la consecuencia del fracaso de la población blanca y euroasiática, incapaz de reproducirse en número suficiente. También explica la preferencia de los colonos portugueses por asentarse en el Brasil, donde la hostilidad de la población indígena no dejaba de ser un peligro menor. La extrema insalubridad de algunas posesiones clave aumentaba la dificultad de mantenimiento de destacamentos portugueses. Mozambique, por ejemplo, era considerado un cementerio de viajeros, y la misma Goa resultaba de difícil habitabilidad.
A todo ello se añadía la escasez de soldados portugueses, que dificultaba la defensa. Las deserciones de soldados recién llegados fue una constante que se mantuvo en proporciones elevadas. La falta de una disciplina estricta y de entrenamiento militar también situaba a los portugueses en desventaja frente a sus adversarios.
En estas circunstancias, la dispersión del Imperio era un elemento enormemente negativo. La seguridad de las rutas estaba obstaculizada, tanto por los ataques enemigos, como por la frecuencia de los temporales en el entorno del cabo. En el puerto de Goa los barcos no podían entrar durante tres meses en invierno ni salir durante tres meses de verano, por lo que Malaca y Ormuz quedaban cada año incomunicadas de la capital del "Estado da India", durante amplios períodos de tiempo. Las bases de aprovisionamiento (Azores, Brasil, Luanda, Mozambique y Santa Elena) se encontraban, además, a semanas de distancia, con gran riesgo de escorbuto o tifus en los largos viajes.
La debilidad creciente de la flota portuguesa era otro factor a considerar. Procedía menos de la disminución del número de naves que del retraso técnico. Desde mediados del siglo XVI, los barcos aumentaron de tonelaje, para aliviar los costes. Sin embargo, los pesados galeones eran poco maniobrables y naufragaban con excesiva facilidad. La sobrecarga y los deficientes trabajos de mantenimiento hicieron el resto. Por otro lado, los portugueses utilizaron en el tráfico interasiático naves pequeñas y ligeras, con armamento suficiente para enfrentarse a adversarios asiáticos, pero no a las bien armadas fragatas holandesas e inglesas. La pérdida de la superioridad naval y militar portuguesa, que había sido decisiva para imponerse en el Indico, causó su irremediable decadencia.
Hay que añadir, por último, la inadecuación de la administración a las necesidades de tan complejo engranaje. La creciente corrupción redujo su eficacia militar y económica. La excesiva burocratización en la que había caído la Carrera fue contraproducente ante la agilidad de los nuevos modos de la "East India Company" o la "Vereenidge Oostindische Compagnie".
Concretando, en 1622 Portugal cedió Ormuz ante una alianza anglo-persa; en 1641 los holandeses tomaron Malaca, a las que siguieron Colombo (1655), Ceilán (1656), Granganor (1662) y Cochín (1663). A la conquista de Muscat por los omanitas en 1650, se añadió el desalojo de los portugueses de Mombaça y de todas las ciudades-Estados swahilis al norte de cabo Delgado, a fines del XVII. A las pérdidas territoriales era necesario añadir la pérdida del mercado nipón, tras la expulsión de comerciantes y misioneros del Japón en 1639. A pesar de que España pudo conservar las Filipinas, la ayuda que desde ellas se llevó a las colonias portuguesas fue insuficiente. La independencia de Portugal le permitió llegar a un acuerdo con Inglaterra que alivió la presión. En 1654 se firmó un tratado comercial anglo-portugués, completado con una alianza matrimonial en 1661, que supuso la entrega de Bombay y Tánger a Carlos II como dote de la infanta Catalina de Braganza. A fines de siglo conservaba de su imperio asiático Macao en la costa del sur de China y algunas de las islas de la Sonda, como Timor y Solor, y en la India apenas Goa, Diu, Damâo, Bassaim y Chaul. En África, por el contrario, a pesar de haber perdido los enclaves de la costa oriental situados al norte de cabo Delgado, conservaba los más meridionales, además de haber remontado el Zambeze hasta la actual Rwanda. En África occidental, los portugueses mantuvieron el control sobre Angola, Benguela, Santo Tomé y Príncipe, aunque los holandeses consiguieron Fort Nassau (1612), en Costa de Oro, apoderándose de la mayor parte del comercio del oro, y más tarde San Jorge de Mina (1638).
Como contrapartida, el Brasil se desarrolló enormemente en el siglo XVII, como consecuencia de su inclusión en la ruta africana a Oriente, al convertirse en escala habitual. Desde 1665 se hizo cada vez más necesario recurrir al azúcar, el tabaco, el cacao y el algodón brasileños para completar la carga de los navíos de vuelta. Por otra parte, las relaciones entre las colonias de ambas orillas del Atlántico se hicieron imprescindibles debido a la utilización de mano de obra esclava para la producción de azúcar, que se había incrementado enormemente desde finales del siglo anterior. En poco tiempo la producción brasileña sobrepasó a la de las islas azucareras portuguesas y dio alas al desarrollo demográfico de la colonia.
Sin embargo, también en Brasil encontramos los problemas de la intromisión extranjera. Ingleses y franceses se habían establecido a comienzos de siglo en el delta del Amazonas, hasta que fueron desalojados entre 1613 y 1615, mientras que los holandeses habían aprovechado la ruptura de la Tregua de los Doce Años en 1621 para asentarse en las regiones de Bahía y Pernambuco, controlando en gran parte el mercado azucarero. La relativa facilidad con que fueron detenidos, al contrario de lo ocurrido en Oriente, se explica por el mayor esfuerzo volcado en la defensa de Brasil, debido a su más alta rentabilidad.
Más tarde, cuando los holandeses fueron desalojados en 1654 de sus asentamientos en Brasil, trasplantaron los ingenios azucareros a las Pequeñas Antillas, como por su parte hicieron ingleses y franceses. Así, lo que Braudel denomina la "dinámica del azúcar" está ligada al desarrollo colonial atlántico, al que habría que unir el tabaco. En los últimos decenios del siglo XVII, el aumento de la producción de azúcar y la competencia abarataron los precios y pusieron en crisis la economía de esta colonia y su metrópoli. Para enfrentarse a la crisis, se fomentó la diversificación de cultivos que suponen el cacao, el algodón y el palo brasil. Las minas de oro que comenzaron a descubrirse en 1693 restablecieron la riqueza de Brasil, al que convirtieron en una de las colonias más prósperas del mundo.
La competencia de las grandes compañías europeas originó el nacimiento de la Compañía Comercial Brasileña en 1649, formada por alguna de las grandes casas de comercio portuguesas y a la que se concedió el monopolio de la exportación de vino, aceite de oliva, harina y bacalao al Brasil. Sin embargo, las concesiones ofrecidas a los aliados de Portugal durante la guerra de Restauración limitaron sus resultados de forma considerable.